4 de julio de 2013

RELATO SOLIDARIO



Hoy os quiero mostrar algo que no tiene que ver con la ilustración pero de alguna manera , sí con lo creativo. Se trata de un relato que escribió mi hijo Guillermo para un concurso literario hace tiempo; no lo ganó pero a mí me gustó muchísimo, no tanto por la forma de escribirlo como por el contenido. Seguro tendrá errores de forma, yo no soy experta pero para un chaval de 15 añitos  creo que no está nada mal...
Nos cuenta su inquietud y nos deja un buen testimonio que si pusíeramos todos en práctica quizás mejoraria un pelín este maravilloso mundo que algunos se empeñan en estropearlo...
Pelín largo para una entrada de blog, pero creo que merece la pena. Ya me contaréis qué os parece.




LA AYUDA LA TENEMOS MUY CERCA


Aquella mañana me levanté como si fuera un día cualquiera. Me arreglé con las mismas prisas que todos los días para ir al colegio.
Bajé a desayunar y encendí el televisor para ver las noticias. Las primeras imágenes que ofrecía el noticiario eran desgarradoras. Había sucedido un terremoto en Japón, en la localidad de Fukushima.
Sólo veía desolación, edificios caídos, gente asustada…todo era desastroso.
La primera impresión fue de tristeza y cierto pesimismo pero rápidamente pensé en la forma que podía ayudar a aquellas personas que se encontraban tan lejos de mi. Realmente Japón es un país tan lejano, no sólo en distancia física sino también en cultura y costumbres que me resultaba difícil encontrar una forma de poder ofrecer ayuda.
Aquí la vida seguía igual a pesar de haber ocurrido un desastre tan grande a miles de kilómetros. Esto también me hizo pensar. ¿Cómo éramos capaces de seguir con nuestras rutinas sabiendo que había miles de personas sufriendo tanto?
Debía salir hacia el colegio, no me podía quedar más en casa pensando en aquello.
Cuando llegué al clase me senté. No podía concentrarme en lo que la profesora explicaba. Seguía pensando en el sufrimiento de aquel país.
La profesora me llamó la atención por mi falta de interés y fue en ese momento cuando caí en cuenta de que muchas veces no aprovechaba el momento para ayudar a los demás. Quizás aquella catástrofe era el punto de partida para un cambio personal realmente necesario en mí.


Seguí con mis clases. Traté de concentrarme y dejar mis reflexiones para más tarde y lo conseguí relativamente.
Por fin sonó el timbre del descanso. Aproveché para charlar con mis compañeros sobre el suceso. Todos estaban al corriente de lo sucedido. Algunos más impactados que otros, pero todos estábamos de acuerdo en que algo podríamos hacer para colaborar. Traté de explicar la dificultad en organizar esa ayuda por la lejanía, y esto nos llevó a un debate y un discurso sobre las necesidades de la humanidad.
Fue enriquecedor saber las opiniones de mis compañeros a los que muchas veces no comunico mis preocupaciones por pudor o timidez.
En esta conversación me di cuenta que muchas veces queremos colaborar en ayudas a necesidades importantes de la humanidad , no sabemos cómo hacerlo y desistimos. Sin embargo, cualquier ayuda, por pequeña que sea es beneficiosa.
Expusimos las ideas que nos brotaban; algunos decían que había que recaudar dinero, otros que lo mejor era enviar comida y medicamentos, otros que los gobiernos deberían mandar bomberos y servicios médicos.
Aquello me resultaba muy lejano…
¿Qué podía hacer YO?
Ante tanta desolación lo único que podía hacer era rezar. Sí REZAR. Yo, con mi poca edad, y mucha limitación, poco más podía hacer. Pero esto me supuso un interrogante en mi actual forma de vivir.


De regreso a casa todos los semáforos nos pillaron en rojo. En cada uno de ellos había alguien ofreciendo bien pañuelos, bien limpiando el parabrisas a cambio de unas monedas. Le dimos al primero…al segundo…y en la tercera parada no teníamos más monedas. Me entristecí por aquellas personas y lo único que pude ofrecerles fue una sonrisa no sin cierta carga de compasión.
Sí , Japón necesitaba ayuda, indiscutiblemente, pero nosotros teníamos la opción de poder ayudar también a los que teníamos cerca.
Mi misión ahora era tratar de organizar mi posibilidad de ayuda tanto en las labores humanitarias en Japón pero también aquí en mi entorno.
En cuanto a Japón lo que debía hacer era informarme de las organizaciones dispuestas por las ONG o por los gobiernos. Participaría modestamente, pero lo haría.
En cuanto a la ayuda en mi entorno, traté de observar a mi alrededor y ser consciente de las personas que necesitaban ayuda,  tanto económica como humana.
Al llegar a casa me recibió Celsa, la persona que ayuda con las tareas del hogar, y esa fue el primer aviso que tuve. Todos los días está pendiente de lo que necesito y cuántas veces le pregunto o me intereso por ella? ¿Cuántas veces le había preguntado por su familia que vive tan lejos? Trabaja siempre con una sonrisa y nunca se queja de nada. ¿Sería yo capaz de responder a esa generosidad suya?
Me percaté que ella no busca que le devolvieran los gestos cariñosos pero yo quería hacerlo. Le pregunté por los suyos, por cómo se sentía en la distancia, si recibía cartas o llamadas de ellos . Era mi primera forma de ayudarla.
De ella recibí la primera lección. Agradeció enormemente mi leve interés por su mundo y su respuesta fue:
  “No trates nunca de pagar cualquier favor que te hagan a quien te lo hace. La mejor forma de pagarlo es seguir ayudando a quien se te acerque”.
Esto fue la mejor reflexión del día. Trataría de ayudar mucho más a los que tuviera cerca, tanto lo necesitaran y reclamaran como si no. Fue el comienzo de un cambio de actitud en mi vida.  Había comenzado con una terrible tragedia a miles de kilómetros y me llevó a madurar y reflexionar que no siempre hay que buscar fuera de casa , a muy pocos metros tenemos la ayuda y a quién ayudar.
Días más tarde , aunque las noticias seguían comunicándonos el tremendo dolor y desastre de Japón , los gobiernos estaban prestando ayuda y poco a poco la situación se iba controlando. Me asocié a una organización de ayuda y con mi poco dinero , de alguna manera me comprometía con ellos. “Algo es algo”.
A la vez , en mi grupo de la parroquia nos ofrecían la posibilidad de colaborar en una residencia de ancianos los sábados por la tarde. Se trataba de animarles o bien hacerles compañía. Lógicamente acudí . La satisfacción que sentí de haber podido ayudar a alguien fue inmensa. No nos pedían nada, pero sólo el hecho de contarles nuestras cosas, nuestra vida, encendía en estos ancianos una brecha de energía y alegría.
Los semáforos que “seguían en rojo” también hicieron mella en mí. Muchos días no tenía nada que darles pero sí podía intercambiar una sonrisa o unas palabras con ellos. Ya me conocen y parece que todos los días están esperando a que llegue. Me reciben con una alegría que me contagian y me hacen pensar en su esperanza de encontrar un momento de su vida mejor que el que están pasando.
Sé que esto ocurrirá en la medida que todos nosotros nos comprometamos un poquito más. Pensar en los demás como personas iguales a nosotros y que no han tenido la inmensa suerte que he tenido yo.
Tengo Fe en que esto cambiará algún día y que debo trabajar todos. Sólo con mi ejemplo podré convencer a los que están a mi lado de que así será.


Un saltamontes en el banquillo

 (Hasta el seudónimo tiene gracia! )



1 comentario :

  1. Pilaaaaar! Tienes un niño maravilloso, enhorabuena! Dale un beso de mi parte y pídele por favor que no cambie! Me ha encantado su relato.
    Un beso grande para tí.

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Gracias por tu comentario . Siempre me resulta útil saber qué opináis de mis trabajos.