Hoy os quiero mostrar algo que no tiene que ver con la ilustración pero de alguna manera , sí con lo creativo. Se trata de un relato que escribió mi hijo Guillermo para un concurso literario hace tiempo; no lo ganó pero a mí me gustó muchísimo, no tanto por la forma de escribirlo como por el contenido. Seguro tendrá errores de forma, yo no soy experta pero para un chaval de 15 añitos creo que no está nada mal...
Nos cuenta su inquietud y nos deja un buen testimonio que si pusíeramos todos en práctica quizás mejoraria un pelín este maravilloso mundo que algunos se empeñan en estropearlo...
Pelín largo para una entrada de blog, pero creo que merece la pena. Ya me contaréis qué os parece.
LA
AYUDA LA TENEMOS MUY CERCA
Aquella mañana me levanté como si fuera un día
cualquiera. Me arreglé con las mismas prisas que todos los días para ir al
colegio.
Bajé a desayunar y encendí el televisor para ver las noticias.
Las primeras imágenes que ofrecía el noticiario eran desgarradoras. Había
sucedido un terremoto en Japón, en la localidad de Fukushima.
Sólo veía desolación,
edificios caídos, gente asustada…todo era desastroso.
La primera impresión fue
de tristeza y cierto pesimismo pero rápidamente pensé en la forma que podía
ayudar a aquellas personas que se encontraban tan lejos de mi. Realmente Japón
es un país tan lejano, no sólo en distancia física sino también en cultura y
costumbres que me resultaba difícil encontrar una forma de poder ofrecer ayuda.
Aquí la vida seguía igual
a pesar de haber ocurrido un desastre tan grande a miles de kilómetros. Esto
también me hizo pensar. ¿Cómo éramos capaces de seguir con nuestras rutinas
sabiendo que había miles de personas sufriendo tanto?
Debía salir hacia el
colegio, no me podía quedar más en casa pensando en aquello.
Cuando llegué al clase me
senté. No podía concentrarme en lo que la profesora explicaba. Seguía pensando
en el sufrimiento de aquel país.
La profesora me llamó la
atención por mi falta de interés y fue en ese momento cuando caí en cuenta de
que muchas veces no aprovechaba el momento para ayudar a los demás. Quizás
aquella catástrofe era el punto de partida para un cambio personal realmente
necesario en mí.
Seguí con mis clases.
Traté de concentrarme y dejar mis reflexiones para más tarde y lo conseguí
relativamente.
Por fin sonó el timbre
del descanso. Aproveché para charlar con mis compañeros sobre el suceso. Todos
estaban al corriente de lo sucedido. Algunos más impactados que otros, pero
todos estábamos de acuerdo en que algo podríamos hacer para colaborar. Traté de
explicar la dificultad en organizar esa ayuda por la lejanía, y esto nos llevó
a un debate y un discurso sobre las necesidades de la humanidad.
Fue enriquecedor saber
las opiniones de mis compañeros a los que muchas veces no comunico mis
preocupaciones por pudor o timidez.
En esta conversación me
di cuenta que muchas veces queremos colaborar en ayudas a necesidades
importantes de la humanidad , no sabemos cómo hacerlo y desistimos. Sin
embargo, cualquier ayuda, por pequeña que sea es beneficiosa.
Expusimos las ideas que
nos brotaban; algunos decían que había que recaudar dinero, otros que lo mejor
era enviar comida y medicamentos, otros que los gobiernos deberían mandar
bomberos y servicios médicos.
Aquello me resultaba muy
lejano…
¿Qué podía hacer YO?
Ante tanta desolación lo
único que podía hacer era rezar. Sí REZAR. Yo, con mi poca edad, y mucha
limitación, poco más podía hacer. Pero esto me supuso un interrogante en mi
actual forma de vivir.
De regreso a casa todos
los semáforos nos pillaron en rojo. En cada uno de ellos había alguien
ofreciendo bien pañuelos, bien limpiando el parabrisas a cambio de unas
monedas. Le dimos al primero…al segundo…y en la tercera parada no teníamos más
monedas. Me entristecí por aquellas personas y lo único que pude ofrecerles fue
una sonrisa no sin cierta carga de compasión.
Sí , Japón necesitaba
ayuda, indiscutiblemente, pero nosotros teníamos la opción de poder ayudar
también a los que teníamos cerca.
Mi misión ahora era
tratar de organizar mi posibilidad de ayuda tanto en las labores humanitarias
en Japón pero también aquí en mi entorno.
En cuanto a Japón lo que
debía hacer era informarme de las organizaciones dispuestas por las ONG o por
los gobiernos. Participaría modestamente, pero lo haría.
En cuanto a la ayuda en
mi entorno, traté de observar a mi alrededor y ser consciente de las personas
que necesitaban ayuda, tanto económica
como humana.
Al llegar a casa me
recibió Celsa, la persona que ayuda con las tareas del hogar, y esa fue el
primer aviso que tuve. Todos los días está pendiente de lo que necesito y
cuántas veces le pregunto o me intereso por ella? ¿Cuántas veces le había
preguntado por su familia que vive tan lejos? Trabaja siempre con una sonrisa y
nunca se queja de nada. ¿Sería yo capaz de responder a esa generosidad suya?
Me percaté que ella no
busca que le devolvieran los gestos cariñosos pero yo quería hacerlo. Le
pregunté por los suyos, por cómo se sentía en la distancia, si recibía cartas o
llamadas de ellos . Era mi primera forma de ayudarla.
De ella recibí la primera
lección. Agradeció enormemente mi leve interés por su mundo y su respuesta fue:
“No trates nunca de pagar cualquier favor que
te hagan a quien te lo hace. La mejor forma de pagarlo es seguir ayudando a
quien se te acerque”.
Esto fue la mejor
reflexión del día. Trataría de ayudar mucho más a los que tuviera cerca, tanto
lo necesitaran y reclamaran como si no. Fue el comienzo de un cambio de actitud
en mi vida. Había comenzado con una
terrible tragedia a miles de kilómetros y me llevó a madurar y reflexionar que
no siempre hay que buscar fuera de casa , a muy pocos metros tenemos la ayuda y
a quién ayudar.
Días más tarde , aunque
las noticias seguían comunicándonos el tremendo dolor y desastre de Japón , los
gobiernos estaban prestando ayuda y poco a poco la situación se iba
controlando. Me asocié a una organización de ayuda y con mi poco dinero , de
alguna manera me comprometía con ellos. “Algo es algo”.
A la vez , en mi grupo de
la parroquia nos ofrecían la posibilidad de colaborar en una residencia de
ancianos los sábados por la tarde. Se trataba de animarles o bien hacerles
compañía. Lógicamente acudí . La satisfacción que sentí de haber podido ayudar
a alguien fue inmensa. No nos pedían nada, pero sólo el hecho de contarles
nuestras cosas, nuestra vida, encendía en estos ancianos una brecha de energía
y alegría.
Los semáforos que “seguían
en rojo” también hicieron mella en mí. Muchos días no tenía nada que darles
pero sí podía intercambiar una sonrisa o unas palabras con ellos. Ya me conocen
y parece que todos los días están esperando a que llegue.
Me reciben con una alegría que me contagian y me hacen pensar en su esperanza
de encontrar un momento de su vida mejor que el que están pasando.
Sé que esto ocurrirá en
la medida que todos nosotros nos comprometamos un poquito más. Pensar en los
demás como personas iguales a nosotros y que no han tenido la inmensa suerte
que he tenido yo.
Tengo Fe en que esto
cambiará algún día y que debo trabajar todos. Sólo con mi ejemplo podré
convencer a los que están a mi lado de que así será.
Un saltamontes en el
banquillo
(Hasta el seudónimo tiene gracia! )
Pilaaaaar! Tienes un niño maravilloso, enhorabuena! Dale un beso de mi parte y pídele por favor que no cambie! Me ha encantado su relato.
ResponderEliminarUn beso grande para tí.